Reflexiones sobre la muerte


La muerte, o quizás mejor: La partida. Ese acaecer que irrumpe de manera esperada, inesperada, que ronda y de la cual huyen pero no es posible ni probable que escapen los seres humanos, todos los seres vivientes, quienes por la circunstancia de ser vivientes ya somos seres mortales?

¿Cómo será ese final de estar muerto del todo? ¿Cómo será ese estadio del no estar de manera definitiva? Quizás es impensable, inimaginable e invisualizable ese estadio del no estar.

En ocasiones reflexionamos acerca de la muerte cuando asistimos a la sala de velación o para homenajear a quien se adelantó en el viaje…

Cuando fallece un amigo, un familiar, un hijo, un padre, una madre, la abuela, el abuelo, algún vecino, los soldados, policías, campesinos, algún escritor conocido, algún maestro...

Cuando observamos cadáveres y fotografías de quienes han caído asesinados, cuando asistimos a ceremonias fúnebres y acompañamos sus restos con su no estar hacia el cementerio, lugar al que algunos, denominan la última morada.

Pero, ¿si será que el cementerio es nuestra última morada?

Y, actualizamos a quienes han partido, cuando en los callejones del cementerio, nos detenemos a observar las hileras de lápidas en las que reconocemos los nombres de vecinos que fueron nuestros amigos...

Cuando avistamos gavillas de begonias marchitas, solo tallos, otras sin pétalos invadidas de gusanos y moscones verdinegros...

Cuando avistamos telarañas cubiertas de polvo como nieve envejecida, cuando observamos rinconeras a lado y lado y series de huecos invadidos de zancudos y lápidas carcomidas por la pesadumbre...

Cuando avistamos fosas que se hallan vacías, las cuales, al parecer esperan el arribo de algún moribundo o desahuciado que les ha pedido cita urgente...

Cuando los acompañamos hasta el instante en que introducen el ataúd en una rinconera camino a la cremación, hasta cuando le ponen la lápida con el nombre, apellido, fecha de nacimiento y de partida...

Pero, mientras oramos por el descanso en paz del finado, y lo acompañamos hasta el campo santo, quizás nunca nos preguntamos si quien se fue todavía nos observa desde su más allá...

Y, lo único que quizás alcanzamos a sentir es que quien se adelantó en la partida, hizo parte de nuestra existencia, y que esa parte de nuestra existencia de igual trasciende junto al que no está, 

Y, que la parte de la existencia de quien ya no está de manera definitiva, de alguna manera o diferentes maneras vivirá con imágenes, con recordaciones en un goteo de encuentros y desencuentros en nuestra memoria hasta que nosotros muramos del todo.

La muerte. Ese acaecer que irrumpe de manera esperada, inesperada, que ronda a los seres vivientes a cada fracción de segundo. ¿Cómo no pensar?, pero, desde luego, no pensamos que la dialéctica entre vida, amor y muerte es ininterrumpida desde el segundo exacto en que se nace.

¿Cómo será eso de morir? ¿Será que se siente algo en el instante del morir del todo? 

¿Será algo parecido a cuando estamos vivos y sentimos morir a pedacitos, cuando percibimos que morimos de olvido, soledad, abandono, dolor, tristeza, angustia, desesperanza, cuando sentimos morir porque no encontramos la salida del túnel? 

Si la muerte es inexistencia del todo ¿Será algo parecido a cuando los hijos o padres, con motivos o sin ellos, apocan las miradas, transforman en invisible e inexistente a su padre, a su madre, a sus hijos...

Y, lo o la invisibilizan cualquier día de cualquier semana, y lo matan y dejan de mirar antes de morir del todo, y ese padre, madre o hijos, siguen vivos pero muriendo a raudales y a pedacitos? ¡Quizás será algo así, algo parecido a eso?

¿Cómo será eso de no estar del todo y no estar acá sino en el no acá, en el más allá? Será que la muerte es algo diferente a la vida? ¿Cómo será? 

¿Será que antes de morir del todo, unos mueren y a otros los matan a pedacitos a través de miradas inexistentes, del odio u olvido antes del tiempo exacto? 

¿Será que la muerte total no empieza sino que se acelera con la soledad y se traslada al encuentro cuando la soledad es la única compañera, o cuando lo empiezan a olvidar, como cuando nadie, ni siquiera los hijos o los padres se acuerdan del uno o del otro?

Pareciera que la muerte es un trascurrir de vacíos, encadenada a vacíos, a esa cadeneta interminable de no estares, en los que sospechando las respuestas no se encuentra respuesta para ninguna pregunta...

Y, constituye una reflexión que de manera singular irrumpe en instantes de soledad duradera, sin medida, como esa soledad que se advierte en una plaza de toros vacía...

La muerte es una reflexión que asalta a los vivos, a los medio vivos o medio muertos en vida, cuando se preguntan no sobre la muerte, sino sobre el saber acerca de la muerte, del estar muriendo, del sentirse moribundo, del sentir y percibir que las miradas se opacaron, que no existen, del sentir y percibir sin hallar respuesta al porqué lo invisibilizaron, del sentir y percibir que un día, quizás distante, quizás pronto dejarán de existir del todo y para siempre.

Para el moribundo quien mori-vivencia en la soledad sin medida, en el abandono y silencio duradero, en la inexistencia e invisibilización, le resulta demasiado amargo ese estadio...

Y, lo mori-vivifica como estadio único como si sólo fuera suyo, y olvida que su mori-vivificación, no solo es suyo, sino dualizado en cadenetas de otredades, toda vez que al tiempo que los otros lo transforman en cadáver, de igual manera estos mori-viven, y a su manera, de a poco a poco, dejan de existir e in-existen en sus otredades.

¿Por qué será que algunos les sobresalta el miedo a la muerte a la inexistencia, al no estar definitivo. Si de alguna manera o de maneras algunas, hemos experimentado a ese morir de a poquitos, esas muertes chiquitas o grandes en nuestras vidas? 

Pero así como emanan reflexiones sobre la muerte, de igual brotan reflexiones sobre la vida, y la primera que surge es: ¿Qué es la vida? 

En efecto, si a ésta la ronda la muerte, de igual la ronda el amor, y pareciera como si vida y amor estuviesen ligados y rondados por la muerte, toda vez que el amor en sus indistintas manifestaciones nos otorga motivos para seguir viviendo, para no morir del todo, aun cuando muramos de a poquitos, sin admitirlo. 

En efecto, vida, amor y muerte constituyen un trascurrir inseparable. El amor es soplo incesante de vida, amor y vida al esposo, a la esposa, a los hijos, a los nietos, a los padres, a la familia, a los amigos, al oficio, al instante, a la cadeneta ininterrumpida e irrepetible de instantes vivificadores.

La trascendencia de reflexionar acerca de la muerte definitiva, incide en la necesidad de valorar esa cadeneta ininterrumpida de instantes vivificadores e irrepetibles que acaecen en la cotidianidad, en la mirada permanente de aprehender a valorar con intensidad cada instante de la vida, bajo la aprehensión que todo lo que nos rodea, incluidas las indistintas manifestaciones de amor y vida que gotean, nada es nuestro, nada es suyo, y tan solo son instantes prestados y aprestos a la muerte, a la inexistencia definitiva.

Si la muerte, la de a poquitos, ronda, asalta y sorprende a cada instante, como quiera que mientras vivimos de igual estamos muriendo, ¿porqué sorprendernos acerca de la muerte, del no estar definitivo?

Las reflexiones sobre la muerte, inciden sobre cada fracción de segundo que la vida y el amor nos presta y regala...

Son reflexiones de camino, de caminante en donde haciendo camino al andar como nos canta el poema, a cada instante de vida, el cual a su vez es un instante de muerte, nos vamos acercando al no estar definitivo...

Son instantes en los que tenemos el Derecho a equivocarnos, a perder el rumbo entre las tiniebles, pero también el Derecho a encontrar de nuevo el camino en la luz, a encontrar la salida aprendiendo de los errores para no expandirlos, ni enseñarlos  nadie...

Aprendiendo a disfrutar de cada instante prestado, toda vez que cada instante prestado es un instante de vida y muerte que la vida nos ofrece a goteos, y que la muerte nos priva a goteos.


germanpabongomez
Kaminoashambhala
Popayán, abril de 2014.





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