Instantes con sabor a infinito


Cuando inicié la maestría en creación narrativa en la Universidad Central, el Maestro Isaías Peña Gutiérrez nos enseñó que en el universo del cuento y la novela todas las vivencias son susceptibles de transitar de la realidad a la ficción para describirlas.

Pero hay instantes indescriptibles en los que se detienen las manecillas del reloj de la memoria, en los que peregrinamos en el océano del silencio hacia el eterno ayer de la memoria de nuestros seres mas amados...

Instantes con sabor a infinito, en los que de manera inesperada la vida nos convoca a ejercer el ministerio del dolor sin medida, sin palabras, donde no tienen cabida las palabras, cuando se pronuncian las palabras y nuestra alma se consume y purifica entre las brasas del fuego lento...

Son esos instantes cuando el castillo de las ilusiones se derrumba y la ternura se aferra al cristal de los recuerdos.

Hay instantes en donde vivimos entre el ahora y el no ahora, entre el ser y el no ser, o como diría Jean Paul Sartre, instantes comparables entre el ser y la nada.

Como en el poema de Joaquín Sabina, hay instantes en los que buscamos un encuentro que nos ilumine el día y tan sólo hallamos puertas que niegan lo que esconden…

Son esos días en los que cruza por nuestras miradas un tren interminable, en donde el barrio en que habitamos no es ninguna pradera, se convierte en desolado paisaje poblado de soledad perdida en el desierto, de soledad detenida en medio de la noche...

Hay instantes como este ahora y no ahora en donde vivimos en la Calle Melancolía, en los que deseamos reinventar la existencia y mudarnos con todos nuestros recuerdos al barrio de la alegría, pero siempre que lo intentamos ha salido ya el tranvía, y nos sentamos en la escalera del silencio a cantar nuestra melodía.

Hay instantes en los que navegamos a bordo de un barco a la deriva que viene de la noche y se dirige a ninguna parte, a ningún encuentro, a ninguna espera, a ninguna esquina…

Son instantes con sabor a infinito en los que sólo navegamos hacia el encuentro con nosotros mismos.

Hay instantes en que nuestros pasos avanzan por el sendero del vacío encadenado al vacío, hacia esa cadeneta interminable de preguntas, en las que sospechando las respuestas no se encuentra respuesta para ninguna pregunta.

Pero en medio del naufragio entre las oleadas del silencio, muy de cerca escuchamos una voz que nos dice: “Entre tus manos está mi vida Señor, entre tus manos pongo mi existir”.

Y en medio del naufragio también escuchamos la voz de Dios cuando nos canta: “Hay que morir para vivir, entre tus manos pongo mi existir:

En este nuevo ahora, lo pensamos y sentimos que Jalil Gibran en absoluto se equivocó, cuando en su poema nos cantó: Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma..

Nuestros hijos en verdad no son nuestros hijos, no son hijos de la vida, sino hijos del Padre eterno, y qué difícil es asimilar los designios de Dios que son perfectos.

Después de tantos años de orar el Padre Nuestro, en nuestra familia hemos venido a comprender el verdadero sentido de las palabras vivas, cuando Cristo Jesús nos enseñó a orar: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo.

Nuestra voluntad de padres terrenales es la de aferrarnos a Isabelita, pero la voluntad de nuestro Padre Celestial es la de llamarla a su morada, y en medio del dolor sin medida, hemos comenzado a aprender la ley del desapego…

Y para ello tan sólo podemos orar y decirte: gracias Señor, por los diecisiete años que nos prestaste a Isabelita, gracias Señor por esa bendición espiritual que nos regalaste, tú no las diste, ahora la llamaste al reino de los cielos, y nosotros te la entregamos y te la entregamos porque nuestros hijos no son nuestros hijos ni son hijos de la tierra, sino que son hijos de Dios Todo Poderoso.

Isabelita, hija de mi alma, Isabelita mi negrita amocha, amochita, sé muy bien que nos estás escuchando, y bien lo sabes que todos los que fuimos tuyos, ahora te acompañamos entre el oleaje del silencio.

Isabelita de nuestros amores, soledad es una palabra que se desvanece con tus sonrisas y con tu alegría en el infinito, y la dicha espiritual de saberte disfrutando del descanso eterno nos llena de valor para decirte: Dale Señor el descanso eterno y que brille para ti la luz perpetua...

Isabelita en nuestro castillo habitado por el océano de los recuerdos, se ha quedado para siempre el amor sin medida que nos diste a cada segundo, ese amor que clama sobre el pecho destrozado de tu madre, sobre los abrazos de tu hermano Germancito, los abrazos de tu abuelo, de tu abuelita, tus tías, tíos, primos, primas y de todos tus amigos y compañeritas del colegio.

Isabelita, Isabelita, hija de mi alma, mientras caminas por el camino de los elegidos allá en el séptimo circulo de la luz, recuerda siempre que ahora nosotros te acompañamos como viajeros detenidos en el tiempo y el silencio hasta cuando nos llegue ese instante del reencuentro.

Isabelita, cuando doblen las campanas de mi Claustro de Santo Domingo del que ahora me despido de mis alumnos y compañeros de travesía para continuar con la misión en Bogotá, no preguntaremos porque te fuiste, ni preguntaremos porqué nuestro Padre Celestial te llamó a su morada. 

Esas preguntas, jamás las haremos, jamás tendrán cabida en los labios de tu madre ni tu hermano quienes también son dos instantes con sabor a infinito, y jamás las haremos porque sabemos y sentimos en nuestras almas adoloridas, que todo tiene un propósito de bendición y abundancia en los caminos del Señor, y ese propósito se debe cumplir contigo allá en el cielo y con nosotros acá en la tierra.

Isabelita, cuando doblen las campanas de nuestro Claustro de Santo Domingo, no preguntaremos nada, y no preguntaremos nada, porque cuando partiste hacia la Gloria eterna de nuestro Padre Celestial, te llevaste parte de nuestra existencia.

Isabelita, mi negrita amocha, amochita, descansa en Paz allá en los cielos y que brille para ti la luz perpetua.

germanpabongomez
El Portal de Shambhala
Bogotá, julio de 2015

Comentarios

  1. Mi siempre recordado amigo: me hago participe de tu dolor por la partida de esa hija, que tanto amabas , pero como tu bien dices , los hijos son viajeros, cómplices de nuestra existencia, hasta que llega la hora de buscar cada uno su camino y ella decidió , que era el momento de partir y solo en su interior tendrá la respuesta del por que lo hizo; estoy definitivamente contigo!

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