Los campesinos e indígenas recuperaron el habla


Aprehendiendo a Heidegger: “Los campesinos e indígenas de Colombia recuperaron el habla en tiempos de penuria en un acto de fundación, y de ahora en adelante no todo va a ser igual”.

Los campesinos e indígenas de Colombia recuperaron el habla y el lenguaje. Ahora están hablando con el idioma que los cohesiona, caracteriza y moviliza de manera clamorosa, solidaria. 

Ahora, están protestando con el sentimiento flagelado, contra tantos calendarios codiciosos por parte de los mercaderes nacionales y extranjeros de los insumos de producción, y contra los patrones de las pirámides bancarias e intereses usureros.

Ahora, los campesinos e indígenas están hablando con el idioma del olvido, contra quienes solo se preocuparon de negociar tratados de libre comercio que solo benefician a los últimos de las cadenas de mercadeo, lo cual indica que la problemática esencial ya no es la tierra ni la lucha por la tierra, sino los desequilibrios en las ganancias que se llevan los otros, y los altísimos costos de los insumos de producción.

Los campesinos e indígenas advirtieron que no son objetos políticos sino sujetos políticos. 

De igual, entendieron que no son actores de reparto de segunda ni tercera categoría, sino protagonistas principales con vocería auténtica, sin necesidad de acudir con su racimo de congojas ante los intermediarios de siempre: Los políticos regionales y nacionales, a quienes desde hace tantos almanaques les depositaron y sembraron semillas de entusiasmos que jamás germinaron y tan solo recogieron cosechas de penurias, desesperanzas, incumplimientos e infortunios.

La crisis del agro colombiano es la expresión múltiple del conflicto interno que se padece de manera singular en los diferentes departamentos.

Se trata de conflictos, a los cuales los denominados gestores de la democracia les dieron de manera ininterrumpida tratamientos secundarios, de tercera mano, irrelevantes...

Toda vez que las miradas de algunos (no de todos) de los gestores de esta democracia restringida tan sólo se ocuparon de lo que les genera ganancias individuales, concertadas, dádivas inmediatas, frutos provechosos, de la contratación nacional, municipal y departamental plagada de juegos mugrientos, bajo el entendido y sin tapujos de ninguna especie que la corrupción es el oxígeno verdadero y gasolina extra de la democracia traducida en antidemocracia, a diferencia del conflicto interno del campo y agro colombiano, que no les produce ningunos beneficios.

Los campesinos e indígenas de Colombia recuperaron el habla y el lenguaje de la tierra flagelada que dispuso no seguir silenciosa ni con la garganta estrangulada.

Asimilaron que las migajas pasajeras de los bultos de cemento, viajados de arena, balastro, tejas de zinc y de cartón, becas para estudiantes, uniformes deportivos, de los kit escolares, brigadas de salud caritativas y los paliativos que reciben en vísperas de las elecciones a corporaciones nacionales, municipales y departamentales, y que todas las promesas que se firman como “acuerdos y buenas intenciones” en la finalidad de preservar el orden público y levantar alguna marcha campesina o indígena, no han dejado de ser ensoñaciones que se quedaron en unas simples firmas de los firmones de turno.

Los campesinos e indígenas de Colombia recuperaron el habla y, ahora, no como Objetos Políticos, sino como Sujetos y Protagonistas Políticos saben que forman parte esencial de la democracia real (mas no de la formal y aparente) y que el Estado Constitucional, social y democrático de derecho se construye con ellos.

De otra parte, al gobierno nacional se le agotó el discurso de señalamientos y las poéticas ideologizadas, criminalizantes, amenazadoras y calumniosas de primera mano con las que acostumbran deslegitimar todas las expresiones de inconformidad de los sectores sociales, populares, campesinos e indígenas.

Ahora, el gobierno nacional no posee idioma elementos ni pretextos para etiquetar a los campesinos e indígenas de aliados, cómplices y auxiliadores de las FARC, porque la crisis del campo es del agro, es crisis de producción, es crisis de insumos, de las cadenas de mercadeo, no es de crímenes de guerra ni de lesa humanidad ni de violencia política, sino de desequilibrios sociales, de infortunios y violencia social milenaria contra ellos.

Por tanto, esas manifestaciones merecen de urgencia, de inmediato, un nuevo Contrato Social fijado en la Constitución y las leyes. 

En esa medida, se requiere de un Nuevo Contrato Social, Constitucional, abierto, público y sin tapujos que se debe cumplir y que quien incumpla: asuma consecuencias.

Ese nuevo contrato social se debe firmar con los protagonistas de la democracia: los campesinos e indígenas de Colombia, la clase media, los trabajadores, estudiantes, e indistintos sectores sociales en conflictos horizontales, verticales, transversales, regionales y subregionales, con miras a la fases de los posacuerdos que se avecinan...

germanpabongomez
Bogotá, diciembre de 2015
El Portal de Shambhala.

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