Dolo directo, indirecto, culpa y preterintención
La Sala Penal de la Corte, en la sentencia
del 18 de mayo de 2022, Radicado 60875, se refirió a los conceptos de dolo directo, indirecto, culpa y preterintención. Al respecto, dijo:
“De acuerdo con el artículo 21 del Código
Penal, la conducta humana (cuando menos para efectos jurídico-penales) puede
ser dolosa, culposa o preterintencional.
“El dolo es de tres tipos. El directo, o
de primer grado, que se verifica, al decir del artículo 22 siguiente, «cuando
el agente conoce los hechos constitutivos de la infracción penal y quiere su
realización». Es el supuesto del individuo que realiza un comportamiento
típico sabiendo lo que hace y porque esa es precisamente su voluntad.
“Puede ser también indirecto – o de
segundo grado o de consecuencias necesarias – si el agente, aunque no quiere
lograr un determinado resultado, sabe que éste se seguirá necesariamente
de su conducta y aun así sigue adelante con ella. Sucede, por ejemplo, si para
causar la muerte a otra persona le lanza una granada con el conocimiento de que
en la explosión también fallecerá un tercero que allí se encuentra (cuyo deceso
no pretende pero se representa cierto).
“Esta forma de dolo no está expresamente
consagrada en el Código Penal, pero se deriva lógicamente del tenor del
artículo 22 precitado. En últimas, la aceptación de un resultado no querido que
sin embargo se sabe seguro (así sea al modo de una consecuencia accesoria para
asegurar una finalidad ulterior) consiste básicamente en lo mismo que
simplemente quererlo. Una y otra modalidad sólo pueden diferenciarse a partir
de una sutileza volitiva que es irrelevante para la caracterización del
injusto. En otras palabras,
“«dentro del dolo directo se incluyen también
los casos en los que el autor no quiere directamente una de las consecuencias
que se va a producir, pero la admite como necesariamente unida al resultado
principal que pretende… Las diferencias psicológicas no significan
necesariamente diferencias valorativas penales: tan grave puede ser querer
matar a alguien sin más, como admitir su muerte como una consecuencia
necesariamente unida a la principal que se pretendía»[1].
“Finalmente, el dolo puede ser eventual.
En este caso, el sujeto activo no quiere el resultado típico, pero sabe que
puede seguirse como una consecuencia probable de su conducta; aun así,
persiste en su comportamiento con total indiferencia o apatía por su posible
ocurrencia, es decir, le da igual si sucede o no[2].
“En ese orden, mientras que en la conducta
cometida con dolo indirecto o de segundo grado el agente sabe que el
resultado no querido se producirá y, aunque no lo desea, lo asume, en el
dolo eventual prevé que el resultado no querido es probable, mas no cierto,
y sigue adelante con su conducta porque le es irrelevante si se da o no. La
diferencia radica, pues, en el pronóstico de probabilidad sobre la
configuración del resultado típico y, por ende, en qué es aquello que el
individuo asume como consecuencia de sus acciones u omisiones.
“Desde luego, es por lo general imposible
conocer mediante pruebas directas cuál es la relación cognitiva y volitiva del
sujeto con el resultado típico. Salvo que aquél la confiese o la haya
comunicado exteriormente mediante manifestaciones susceptibles de incorporación
en el juicio, aquella debe deducirse o inferirse de los datos objetivos
anteriores, concomitantes y posteriores al hecho acreditados en la actuación.
En algunos casos aparece evidente (por ejemplo, cuando la conducta consiste en
disparar directamente y a corta distancia un arma de fuego hacia la cabeza de
un tercero), pero en otros se requiere un análisis más minucioso de las
variables fácticas relevantes.
“Similar
sucede con el pronóstico de probabilidad o certeza del resultado típico. En
algunos eventos, es evidente que la acción u omisión emprendida por el agente habrá
de causarlo necesariamente y, por ende, que la conducta cae en el ámbito del
dolo directo o indirecto, según el caso (verbigracia, y para reiterar el
ejemplo ya usado, cuando se acciona una granada para asesinar a una persona que
camina junto a otra). En otros, la predicción de eficacia causal (que debe
agotarse desde una perspectiva ex ante) no es tan obvia y, por ende, la
distinción probatoria entre el dolo indirecto y el eventual deviene más difusa.
A su vez, y como el dolo eventual requiere que el agente haya previsto el
resultado como probable (que no simplemente como posible), debe
inferirse de los hechos acreditados cuál fue el grado de representación
del resultado típico que el agente alcanzó antes de ejecutar su comportamiento.
A ese respecto, la Sala ha referido a la utilidad de las reglas científicas y
empíricas y de las conductas especialmente aptas y las neutras, así:
“«…la cuestión de si el actor se ha
representado como probable el resultado rara vez encuentra demostración directa
en el proceso y, por ende, normalmente debe inferirse a partir de sus
comportamientos o manifestaciones externas, ora de los hechos objetivos
acreditados en la actuación. A tal efecto, resultan útiles las reglas de la
experiencia y la ciencia y, tratándose en particular de los delitos de
resultado, las nociones de conductas especialmente aptas para provocarlo y
conductas neutras, así:
“… la experiencia social distingue, en lo
que respecta a los riesgos que conllevan determinados comportamientos, entre
conductas especialmente aptas para ocasionar ciertos resultados y conductas
que, si bien son objetivamente capaces de provocar determinadas consecuencias
lesivas, en la valoración social no están vinculadas indefectiblemente a su
acaecimiento. La distinción entre conductas especialmente aptas y este segundo
grupo de conductas —que en adelante serán denominadas “conductas neutras”— debe
ser el criterio rector en la práctica para decidir cuándo una alegación de
desconocimiento del riesgo concreto deberá ser creída.
“En esta distinción influyen cuestiones
muy diversas, como la utilidad social de determinadas actividades, la
habituación que existe a ellas o la frecuencia estadística con la que su
ejecución lleva al acaecimiento del resultado. En el caso del homicidio, por
ejemplo, pueden citarse como especialmente aptas para causar una muerte
conductas como disparar contra el cuerpo de otra persona o hacer explosionar
una potente bomba en un lugar concurrido. En cambio, otros comportamientos como
conducir un automóvil son sólo neutros en relación con el resultado, pues,
aunque objetivamente pueden ocasionar una muerte, en la experiencia social esta
consecuencia no es algo indisociablemente ligado a su realización”[3].
“Por supuesto, cada caso debe analizarse
con atención a sus particularidades: de un hombre adulto ordinario que causa la
muerte a otro de similares características físicas y etarias tras propinarle un
puño en el rostro es plausible que no se haya representado ese resultado, pues
una agresión como aquélla no es especialmente apta para ocasionarlo. Tal
análisis, sin embargo, puede variar si el golpeador resulta ser un boxeador
profesional y el ofendido, por ejemplo, un anciano.
“En igual sentido, si una persona dispara
a otra con un arma de fuego en el pecho con el fin de lesionarla pero lo que
hace es matarla, difícilmente podrá asumirse como verosímil, ante la especial
aptitud de ese acto para quitar la vida, que no se representase la probabilidad
del deceso. Pero el razonamiento puede ser distinto si el disparo no lo dirige
a torso de la víctima sino a una de sus extremidades, y el fallecimiento se
produce por la circunstancia de haberse impactado una arteria»[4].
“Por otro lado, y al tenor del artículo 23
ibidem, «la conducta es culposa cuando el resultado típico es producto de la
infracción al deber objetivo de cuidado y el agente debió haberlo previsto por
ser previsible, o habiéndolo previsto, confió en poder evitarlo».
“Es el caso, pues, en que el agente,
obrando con negligencia o impericia, crea un riesgo que se concreta en la
realización de un resultado típico que siendo consecuencia previsible de su
actuar aquél no previó o que, aunque sí previó, creyó erradamente poder evitar.
“Así, en el comportamiento culposo el
sujeto activo no quiere el resultado, no lo asume como consecuencia necesaria
de su actuar ni es indiferente a su ocurrencia. Tampoco es producto de un
exceso en su voluntad dolosa primaria. O no lo previó aunque era previsible (justamente
por su negligencia o impericia) o, habiéndolo previsto, siguió adelante con su
actuar porque creyó que lograría evitar su realización.
“Finalmente, la conducta es
preterintencional, según el artículo 24 del Código Penal, «cuando su
resultado, siendo previsible, excede la intención del agente». Al respecto,
la Sala tiene dicho lo siguiente:
“«… la consagración normativa del delito
preterintencional proviene del reconocimiento de que una misma conducta humana
puede reunir elementos dolosos y culposos, así como de la inconveniencia
político criminal e incongruencia dogmática de reprimir una tal conducta como
si fuese exclusivamente dolosa o únicamente negligente:
“El que golpea a una persona que tras de
sí tiene una escalera actúa dolosamente al golpearle en el rostro y actúa
imprudentemente al no contemplar o valorar adecuadamente la posibilidad de que
a causa de ese golpe puede caer de espalda y golpearse la nuca contra el borde
de un escalón, lo que le causa la muerte. Estimar que la totalidad del suceso
cabe en el dolo de la primera parte de la acción es excesivo bajo cualquier
punto de vista”[5].
“Lo esencial de la infracción
preterintencional, pues, es que el resultado típico no se produce porque el agente lo quiera, sino porque, siendo
consecuencia previsible de su actuación dolosa, ha dejado de representárselo
por una violación del deber de cuidado y da lugar, con ello, a su realización»[6].
“En ese orden, y conforme el precedente en cita, «la configuración del homicidio preterintencional requiere
(i). un comportamiento inicial de naturaleza dolosa orientado a causar lesiones corporales;
(ii). la muerte de la persona cuya integridad pretendió afectar el agente, siempre que el deceso pueda calificarse como una consecuencia previsible de dicho comportamiento, y;
(iii). la constatación de que, a pesar de la
previsibilidad de dicho resultado, el agente no lo previó por su propia culpa»[7].
“Desde luego, si la valoración de las
circunstancias que rodearon la conducta permite inferir que el resultado típico
no sólo era previsible para el agente sino que éste efectivamente se lo representó,
su comportamiento trasciende la preterintención para ubicarse en cambio en
el ámbito del dolo eventual, pues en ese caso su vinculación subjetiva con el
resultado deja de ser la culpa (en concreto, la de haber dejado de advertir,
siendo previsible, que su conducta podía causar un resultado más gravoso del
pretendido) y se convierte en indiferencia por la causación de algo que sabe
probable.
“Puede suceder que el agente, no obstante actuar con una finalidad y conocimiento definidos y emprender una serie de acciones u omisiones dirigidos a la consecución de su propósito, ocasione resultados típicos diferentes de los que quería lograr, es decir, que se configure un error sobre el curso causal”.
[1] MUÑOZ CONDE, Francisco. Teoría general del delito. Ed. Temis (Bogotá, 2012), p. 56.
[2] Cfr. CSJ SP, 12 feb. 2014, rad. 36312.
[3] RAGUÉS I VALLÉS, Ramón. “Consideraciones sobre la prueba del
dolo”. En Revista de estudios de la justicia, n. 4 (2004), ps. 24 y 25.
[4] CSJ SP, 28 jul. 2021, rad. 47063.
[5] QUINTERO OLIVARES, Gonzalo. Las vicisitudes del dolo y la
subsistencia de la preterintencionalidad. Citado en RAMÓN RIBAS, Eduardo.
“El homicidio preterintencional”. En Revista de derecho penal y
criminología, n. 3 (2010), p. 149.
[6] CSJ SP, 28 jul. 2021, rad. 47063.
[7] Ibídem.
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