El portal de yanaconas


El Portal de Yanaconas, ubicado en la cresta de una montaña silenciosa, rodeado de una espesura de araucarias y sauces llorones, allá en la vereda de Pueblillo, a las afueras de Popayán, demasiado lejos del parque Caldas, del centro histórico de la ciudad y del claustro de Santo Domingo, era una construcción levantada como muchos de los caserones tradicionales de Popayán: con vigas de yarumos, postes de guadua inmunizada, bloques de tierra pisada, adobones repellados con boñiga y barro blanqueado a punta de hisopo y cal viva. El entramado del cielo raso se descubría entretejido con caña brava, amarrada con rejos. Los pisos eran de ladrillones, y los corredores empedrados se hallaban custodiados por barandas construidas en guadua inmunizada, con aceite de motor quemado, en las que pendían unas veinticinco canastas grandotas de helechos volados, geranios enanos y orquídeas de color frambuesa. Las habitaciones de la casona de la hacienda eran un poco amplias, de techos no tan altos. El jardín ovalado se observaba repleto de brevas, duraznos, begonias, nísperos, margaritas, arrayanes, azucenas, rosales, frambuesas, y en el centro se ubicaba una pileta que parecía una canoa, en donde una bandada de mirlas, azulejos, gorriones, pechirrojos y pájaros bochincheros de colores diversos, arrimaban entre las seis y las siete de la mañana, a cualquier hora, a picar bananos y rosquillas. La casona de la hacienda, plantada en la cresta de una loma silenciosa, rodeada de una espesura de araucarias y sauces llorones, era visible desde la carreterita, sin pavimento, que surcaba la vereda de Pueblillo. Los andariegos que por ahí dejaban rastros, alcanzaban a divisar una construcción de fachadas lechosas, y al acercarse se topaban con un monasterio con chiveras en desorden. La casona de la hacienda se veía cubierta en el techo con paja abundante traída de las laderas del volcán Puracé, y parecía una nube con pelambres, con hilachas grises, en desorden. Además de la casona, se hallaban otras construcciones: un trapiche, un chiquero sin marranos, un establo holgado, un gallinero pequeño, y una despensa grande. El Portal de Yanaconas había sido la vivienda de los abuelos maternos del maestro; todas las desdichas que en ella acaecieron, eran un antes sin después, y los muchos instantes que habían tatuado pisoteadas crueles, tan sólo eran unos apuntes escritos en unos cuadernos de cien hojas, rayadas, de papel periódico, que el maestro seguía escribiendo: entrelazando palabras de un ahora, que no era suyo.

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