Faena inolvidable frente a Samuel Moreno Rojas


"Introducción", Tomado del libro: “El cartel de la contratación”, la historia no revelada, de Felipe Romero, Prólogo de Daniel Coronel, Editorial B, Grupo Zeta, Barcelona, Madrid, Bogotá, Buenos Aires, Caracas, México DF., Miami, Montevideo, Santiago de Chile, pp. 19 a 24, 2013



La mañana estaba fría. El sol tímidamente se asomaba por entre las nubes opacas que se posaron sobre la Fiscalía General de la Nación. Combinaban perfectamente con el color de las paredes del bunker judicial. 

Era el viernes 19 de mayo de 2011 y la calma que reinaba en la entrada del edificio fue interrumpida por un grupo de periodistas que esperaba la llegada de Samuel Moreno Rojas. El alcalde había sido citado por el Fiscal Segundo Delegado ante la Corte Suprema de Justicia, Germán Pabón, para rendir un nuevo interrogatorio.

El alcalde de Bogotá, Samuel Moreno había sido suspendido dieciséis días atrás de su cargo por el Procurador Alejandro Ordóñez, como presunto responsable de las irregularidades que comenzaban a conocerse dentro del escándalo del “Carrusel de la Contratación”, que ya cumplía su primer año de pesquisas. 

A las 8:25 a.m. el suspendido alcalde llegó en compañía de su abogado, el ex-viceprocurador General de la Nación, Carlos Arturo Gómez Pavajeau. 

Samuel Moreno ingresó –llevando una carpeta atestada de documentos- por los parqueaderos ubicada en la parte de atrás del bunker de la Fiscalia. 

Se le notaba nervioso, pero sonreía ante la avalancha de preguntas de los periodistas, que trataban de sacarle alguna respuesta sobre su relación con el escándalo de la corrupción que vivía la ciudad, que hasta hace un par de semanas él gobernaba.

El objetivo de la diligencia era ampliar el interrogatorio anterior y aclararle al fiscal Germán Pabón nuevas inquietudes sobre su presunta participación en los hechos irregulares de la contratación en la capital.

—Alcalde, usted ha sostenido reuniones con los miembros del grupo Nule?— preguntó un periodista. La respuesta de Samuel Moreno fue contundente: “Jamás me he reunido con ellos”. Luego se dirigió al bloque F, a la oficina del fiscal Pabón quien lo aguardaba expectante. Atrás quedó la jauría de periodistas y camarógrafos. 

Una puerta de vidrio y dos agentes del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) les impidió a los comunicadores el ingreso.

Samuel Moreno y su abogado arribaron a una estrecha oficina, cuyas paredes lucían ocultas por cuenta de torres de cajas repletas de documentos que contenían el material recopilado en un año de investigaciones sobre el cartel de la contratación.

El fiscal Germán Pabón los recibió y comenzaron a hablar de toros y de Popayán, la tierra natal de Pabón. La estrategia de Samuel Moreno y su abogado era propiciar un ambiente cordial, libre de tensiones, con el funcionario investigador. Sabían que una de sus grandes pasiones era la tauromaquia.

Pabón les siguió el juego y les reveló a sus contertulios que él era un torero frustrado, que la vida le había hecho cambiar la arena y el traje de luces, por los tribunales, los juzgados y el saco sin corbata. Sin embargo, esa mañana, el fiscal Pabón se alistaba para realizar su mejor corrida. En frente tenía al más bravo de los toros y debía lidiarlo. Ese era el destino de ambos y la faena debía comenzar.

Pabón le solicitó a su asistente el fiscal auxiliar Jaime Zetien que comenzara el interrogatorio, no sin antes hacerle una advertencia al alcalde Moreno.

—Señor alcalde, usted está en plenitud de garantías, defiéndase como pueda, usted ha traído una gran cantidad de documentos; esto es un escenario de defensa—le dijo Pabón.

Samuel Moreno lo miró y con un movimiento de cabeza le hizo entender al fiscal que había comprendido la advertencia.

Luego de hora y media de interrogatorio hubo una pausa porque en la oficina se había agotado el café y el agua. El fiscal Pabón abandonó el lugar de la diligencia para ir personalmente a buscar algunas botellas de agua y café para sus invitados, Diez minutos después, Pabón regresó acompañado de una mujer que sostenía una bandeja con las apetecidas bebidas.

—Por favor démele un frasquito de agua al doctor Samuel porque él necesita tomar agûita—le solicitó Pabón a la mujer.

El alcalde Moreno miró al fiscal desconcertado, no entendía si la acotación había sido una ironía o simplemente esa era la forma del ser del hombre que lo tenía pasando el trago más amargo de su vida. Samuel calló.

Sobre la mesa en la que se adelantaba el interrogatorio quedó la remesa. Cuando el reloj señalaba la cercanía del medio día (y luego del exhaustivo interrogatorio que juiciosamente practicaba el auxiliar Jaime Zetien), el alcalde interrumpió la diligencia para dirigirse al fiscal Pabón.

—Señor fiscal usted no me va a hacer ninguna pregunta?—indagó Samuel. Pabón lo miró y le contestó:

—Señor alcalde usted quiere que yo le haga alguna pregunta- aseguró Pabón.

—Si señor –respondió el alcalde.

Entonces el fiscal Pabón le dijo que sólo tenía una pregunta para hacerle:

—Señor alcalde, dígale a esta oficina, si previo a la cesión del contrato de la calle 26, se celebraron reuniones en el despacho de la alcaldía o en oficinas aledañas al suyo, en las cuales participaron abogados allegados a su despacho o funcionarios de la alcaldía. Solamente la Fiscalía está interesada en saber eso—concluyó Pabón.

Samuel lo miró, como herido por la fatalidad y acto seguido dejó caer todo el peso de su cabeza, cuello y torso, sobre sus brazos que ya reposaban en la mesa. Comenzó a sudar frío y en un tono de voz entrecortado mencionó a su abogado:

—Doctor Gómez Pavajeau— pronunció el alcalde Moreno. El abogado le comunicó con una mueca que respondiera a la pregunta.

Samuel levantó la cabeza, miró al fiscal Pabón y le respondió:

—Ninguna reunión señor fiscal.

Germán Pabón se levantó de su silla, se acercó hasta donde estaba su interrogado y en un acto impredecible pasó su brazo por la espalda de alcalde, como dándole ánimos para contra preguntarle:

—Señor alcalde, está usted completamente seguro de lo que me acaba de decir?—indagó Pabón.

Samuel Moreno nuevamente agachó la cabeza tratando de refugiarse en su propia humanidad, protegiéndose de la arremetida de su verdugo. Acto seguido, tomó la decisión de encararlo. La respuesta que esperaba el fiscal Pabón, fue un nuevo cuestionamiento del alcalde:

—Doctor Pabón, por qué no me hace otra pregunta?— le solicitó un alcalde que tenía la semblanza de la derrota y la desesperanza. Pabón se quitó sus anteojos, se acomodó la corbata y acercándose hasta tenerlo frente a frente, le dijo:

—No tengo más preguntas que hacerle.

Samuel Moreno estaba herido de muerte y comenzaba a desangrarse lentamente.

Con esa única pregunta el alcalde Samuel Moreno entendió que no tenía escapatoria. Su suerte estaba echada y había caído rendido ante la espada del matador. El toro de casta, bravío, la segunda autoridad más importante del país después del Presidente de la República, sucumbía ante la destreza sutil pero certeza del torero.

No hubo necesidad de verónicas o manoletinas, ni siquiera de banderillas. Fue una sola estocada hasta el hoyo de las agujas. El toro rodó sin puntilla. Ese lenguaje gestual de tenderse sobre la mesa, de sumergirse en un torbellino de pensamientos confusos, fue la respuesta de Samuel Moreno, en la cual aceptaba su muerte jurídica y política.

—El toreo es el arte del engaño, de la transparencia. Si te equivocas un segundo te mata, te apuñala. Te entierra los cuernos sin compasión y en esas circunstancias para el torero es preferible morir en la arena que quedar inválido, y yo de esa audiencia salí por la puerta grande— sentenció eufórico el fiscal Germán Pabón, la mañana del 14 de septiembre de 2013, día en que lo visité nuevamente en su oficina privada del norte de Bogotá, para solicitarle que me ayudara a precisar varios detalles sobre la investigación que dirigió durante los cinco meses que estuvo al frente del caso del cartel de la contratación en la capital, como fiscal delegado ante la Corte Suprema de Justicia.

Pabón encendió un cigarrillo, lanzó unas corolas de humo hacia arriba y recordó esa faena magistral.

El alcalde Samuel Moreno se levantó de la silla con dificultad y Pabón se ubicó a menos de un metro de la puerta. El alcalde salió a su encuentro cojeando y en un tono lastimero lo abordó nuevamente.

—Doctor Pabón, míreme, yo soy un hombre inocente, esto es muy duro. Usted no se imagina lo difícil que es esto para la familia, yo no tengo nada qué ver en esto— le recriminó el alcalde. Pabón le respondió

—Yo creo lo que usted me está diciendo señor alcalde.

Luego el fiscal Pabón le señaló con su dedo índice derecho por encima del hombro del alcalde, en dirección hacia atrás donde había una torre de cajas, y le dijo:

—Alcalde, yo le creo, pero acá le tengo unas cositas muy maluquitas, muy malucas.

En ese momento Samuel Moreno palideció y volvió a pronunciarse:

—Ay, doctor Pabón, esto es muy duro.

El fiscal sin titubear le respondió:

—Pero más duro lo que yo le tengo a usted acá— sentenció Pabón, quien tenía todas las pruebas para sustentar lo que acababa de decirle.

Lo que le aportaron los miembros del grupo Nule y fundamentalmente, lo que le había entregado el ex– subdirector jurídico del IDU, Inocencio Meléndez, era suficiente para pensar en solicitar ante un juez de la República una audiencia de imputación.

El alcalde Moreno Rojas cambió su tono suplicante por uno más retador y desafiante, como si acabara de recibir un nuevo aire, un último suspiro de vida que lo impulsaba a resistirse a caer rendido a los pies de su noble ejecutor.

—¿Y, entonces que hay que hacer, doctor Pabón?—señaló el alcalde. El fiscal lo miró de reojo por encima de sus lentes. Lo miró de la misma forma que el diestro mira al toro antes de ejecutar una verónica y le dijo.

—Su suerte señor alcalde no depende de mí.

Samuel Moreno le refutó: —Ah no, entonces de quién?

Pabón no pronunció ni una sola palabra, simplemente le señaló con su índice derecho en dirección al techo.

Ese fue el final de la reunión. Pabón lo acompañó hasta la salida del edificio. Se despidieron no sin antes cruzar unas últimas palabras.

—Cómo se sintió? ¿Se sintió maltratado, se sintió flagelado?—preguntó Pabón. El alcalde le aclaró que no y le recalcó que era un hombre muy decente pero a la vez muy agudo.

Samuel Moreno se fue por un pasillo cojeando, mal herido, partió tambaleante al viacrucis que le esperaba. Se perdió en la distancia, como si caminara a un destino incierto, y continuaba cojeando. El aguerrido torero no lo volvió a ver. Jamás volvieron a intercambiar palabras.

El entonces alcalde de Bogotá, Samuel Moreno junto con su hermano el ex–senador Iván Moreno, lideraron una organización criminal, que se lucró ilegalmente del erario público capitalino.

Sus socios conformaron un cartel de contratistas, funcionarios públicos y políticos que concertaron actuaciones irregulares para beneficiarse a través de millonarios contratos de obras en la ciudad.

Dichas actuaciones pusieron al descubierto no sólo la debacle de un naciente trío de empresarios costeños de apellido Nule, que llegaron a ser considerados los amos de la contratación en Colombia, sino que dejó en evidencia hechos de corrupción latentes en Bogotá y en el país, que por años estuvieron ocultos.

La emblemática avenida “El Dorado”, inaugurada en su primer tramo en 1953, paradójicamente por el general Rojas Pinilla, abuelo de Samuel e Iván, fue el origen de uno de los mayores desfalcos a las finanzas de la capital y el florecimiento de un cartel de la contratación que tiene sus inicios durante la administración del alcalde Luis Eduardo Garzón, pero que alcanzó su máximo esplendor en la alcaldía de Samuel Moreno Rojas.





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