La primavera empieza un ocho de mayo

   

Por lo que alcanzo a recordar, ese ocho de mayo, cuando el maestro despertó a la primavera, abrió los ojos diminutos, y permitió que la brisa le soplara en las orejas. La brisa olía a lluvia de páramo, casi silenciosa, olía a huerta fresca recién brotada, a leche recién ordeñada, y rechiflaba por las rendijas de una ventanita que no se hallaba bien ajustada. Acostado, semidormido, aún con las cobijas en el filo de la cumbamba, observó que la perra se hallaba echada a los pies del camastro. Sacha, su perra golden retriver, de un dorado moreno, casi color panela, dormía con las patas encogidas, la trompa encima de un almohadón, y parecía fundida en un letargo imperturbable, toda vez que roncaba con las mandíbulas apretadas, y borboteaba espumarajos por la trompa. Mientras Sacha roncaba como una locomotora con gripa, la buhardilla poco a poco clareaba, y los números del almanaque, de hojas desprendibles, que colgaba de la puerta del urinario, de manera lenta, ante sus ojos, se agrandaban. Cuando el gallo rumbo, casi al punto de la asfixia, cantó a la hora exacta en que la luz se posa sobre la tierra, el maestro advirtió que era el ocho de mayo, inicio de la primavera, día de su cumpleaños, que lo sorprendía enhebrando tiradas en solitario, echando lengua con Sacha, encadenado a su escritorio, en espera de la próxima hoja en blanco.

Minuto y medio, después, prendió el transistor Sony, subió un poco el volumen, y empezó a escuchar uno de esos noticieros de las cinco y media de la madrugada. Cuando anunciaban los primeros comerciales, interrumpieron, y empezó a sonar el clavicordio calmoso con la marcha fúnebre de Chopin, que lo atemorizaba y amaba. La sonata se escuchaba nítida, lúgubre, como si estuviera profetizando lamentos, y la madrugada se invadió de una atmósfera de sepelios. El silencio siguió a la marcha fúnebre, y de pronto soltaron un ¡extra!, ¡extra!, ¡extra! con unos chillidos de fondo, salidos de madre: que a eso de las once y cuarenta y cinco de la noche anterior, habían capturado al párroco de Argelia y al sacristán cuando azotaban las campanas de la capilla de la correccional de menores, cuando invitaban a los feligreses de Argelia a la celebración de la misa de gallo. Según exclamaba el locutor, con la respiración algo acelerada, las capturas del cura Jeremías y del sacristán se ejecutaron en un saloncito contiguo a la capilla de la correccional de menores, quince minutos antes de celebrar la misa de gallo, y también comentaba, que a partir de las ocho y media de la mañana, los escucharían en indagatorias porque habían hallado algunos elementos materiales probatorios que los descubrían como cómplices de los coautores de una fogata perpetrada, siete kilómetros antes de llegar a Balboa, en el sitio distinguido como La curva de los buitres, en donde acorralaron a trece limosneros a quienes trasteaban en una volqueta del municipio de Argelia, y a culatazos los forzaron a tenderse gargantas hundidas en un zanjón apestoso, a lado y lado de la vía, en donde a siete de ellos, emparamaron en gasolina, los achicharraron, y a los otros les arrancaron los ojos y los intestinos.

-¡Oíste Sacha! ¿Por qué será que a unos los matan tanto y por qué será que a otros se nos fugan los años en medio de la primavera, y nos dejan medio vivos?

-¡Guaouou! ¡Guaouou! ¡Guaouou! – respondió Sacha, con aullidos sostenidos, ascendentes, brincó del camastro, y se bajó con el rabo metido entre las patas que le temblaban, demasiado espantada.

Germán Pabón Gómez
Popayán, 8 de mayo de 2014, inicio de la primavera
El Portal de Shamballa.


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