Carta de Nietzche
Don
Germán:
Hace siete meses días recibí su carta, pero no la había contestado porque me encontraba demasiado ocupado.
Además, acá donde tengo mi morada, pocas veces viene el cartero,
pero por fin me encontré con alguien que pudiera traducirme sus inquietudes al
alemán.
Voy
a ser lo más explícito para que Usted logre entender lo que en su momento
escribí acerca del “Nacimiento de la tragedia griega en el espíritu de la
música”.
Cuando
en su momento dije que el desarrollo del arte se hallaba ligado a la duplicidad de
lo apolíneo y lo dionisíaco, de modo
similar como la generación depende de la dualidad de los sexos, utilicé la metáfora de la concepción y del nacimiento referida al arte,
teniendo por padres a los sueños y la embriaguez.
Sigo
considerando que el arte, la obra de arte y el artista, en el entorno de la
realidad concreta del momento en el cual vive, debe ser un soñador, para que pueda lograr el proceso de transformación, el cual
es el presupuesto de todo arte dramático.
Le
repito lo que decía Shopenhauer,
para que se detenga a reflexionar en la dimensión de sus palabras:
Él nos decía que "el signo distintivo de la aptitud filosófica: es ese don gracias a la cual los humanos y todas las cosas se nos presentan a veces como fantasmas o imágenes oníricas, y que la relación que el filósofo mantiene con la realidad de la existencia es la que el hombre sensible al arte mantiene con la realidad del sueño.
Lo anterior significa que el artista en general y en su caso pretendiendo ser un aprendiz de escritor debe ser intuitivo, altamente intuitivo y le corresponde estimular la intuición estimativa, y ello se logra navegando en los universos oníricos en los cuales tienen presencia no sólo las imágenes agradables y amistosas, sino también las oscuras, las tristes, las tenebrosas, y todas las que se relacionan con el hombre y su mundo.
En su momento, además, del sueño, hablé de la embriaguez, y me referí a la generada por el influjo de la bebida narcótica, donde se despiertan aquellas emociones dionisíacas en cuya intensificación lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de si.
Pero,
advierta, que a la embriaguez a la cual me referí fue a la
borrachera dionisíaca, comparable con los mundos insondables que experimenta el
místico, el hombre cuyo espíritu libre navega en la cumbre de las montañas, en el
bosque, en su soledad, desprendido de todo, estando solo, hablando solo,
extrayendo de sí la luz de un futuro distante. En dicho estado del alma es el
que tiene espacio y lugar la ensoñación.
Creo
y sigo creyendo que el hombre, el caminante, el viajero, el peregrino, aquel
que dialoga consigo mismo, o mejor, con su sombra, abre espacios a soliloquios sosegados, sucediendo que su espíritu le impulsa a emprender
solitarias excursiones por parajes agrestes.
Es en lo alto de las montañas, en
su soledad, cuando el viajero se esfuerza en escuchar el murmullo del universo
de ideas. Por ello, le aconsejo Don Germán, que practique la meditación y con
el tiempo advertirá que sus ojos, sus oídos de la mente, empezarán a ver imágenes y a
escuchar mensajes, que nunca había visto, que nunca había oído antes, y verá cosas y
escuchará cosas, como si fueran reales.
Por
mi formación académica creí en un público estético, capacitado para acercarse
al arte entendiéndolo como obra de arte, pero ello tiene su relativo, pues Schelgel nos insinuó en su momento que
“el espectador perfecto e ideal es el que deja que el mundo de la escena actúe
en él no de manera estética, sino de forma real, corpórea y empírica”. No
obstante lo anterior, prefiero el arte entendiéndolo de manera sublime, en
donde se somete todo a través de lo sublime.
El
artista de la palabra no debe utilizar lenguajes acicalados, pues la poética de
la palabra como ficción narrativa, crea un mundo ficcional, en el cual se hace
alusión a algo distinto a la realidad existente; algo que parte de ésta y la
refleja en cierto modo, pero que en sí mismo es otra cosa, quiere decir lo
anterior, crea un segundo mundo.
El
poeta es un hombre que como soñador y ensoñador se ve rodeado de figuras, de imágenes que actúan en su mente, las cuales él penetra con su mirada, por ello,
para el poeta la metáfora no es una figura retórica, no es una simple forma de
la gramática para escritores, sino que son imágenes sucedáneas que flotan y navegan de manera permanente en su existencia, y la caracterización de los personajes
no se concibe como si fuera un rompecabezas, con rasgos aislados.
Por el
contrario, la imagen, la actuación, o mejor, la presentización de un personaje
insistentemente vivo, se logra poniéndolo en actuación, efecto
que se obtiene a través de los diálogos. A su vez, dicha actuación
se logra a través de la imitación presentizada.
A
través del sueño y la ensoñación, uno se ve transformado a sí mismo delante
de sí, para actuar como si realmente hubiese pensado en otro cuerpo.
Ello
posibilita la capacidad de hablar de nuestra propia historia como si fuera la
de otros, y la de otros, como si fuera la nuestra, y para conseguirlo nos ponemos
en camino partiendo de las historias que encontramos en la realidad, incluso en
otros relatos, pero no para reproducirlos como fotografías ni copias
reformadas, sino para a partir de las mismas construir otras historias diferentes,
trastocadas, que seduzcan, que impacten; que sean verosímiles.
Años
después, debo decirle que el sueño por sí solo no es suficiente, porque el
sueño de la noche es un sueño sin soñador. Por el contrario el soñador de
ensoñaciones conserva conciencia como para decir yo soy el que sueña
la ensoñación, el que está feliz de soñarla, por ello la ensoñación a partir de
los elementales de aire, agua, fuego, tierra, nos ayuda a habitar el mundo, a
habitar el cosmos.
En
otras palabras, por la ley de la atracción, de la causa y efecto que
se dinamiza de manera ininterrumpida, los mundos imaginados, los
mundos ensoñados, determinan comuniones profundas de ensoñaciones, valga decir
cadenetas de ensoñaciones, pero para ello corresponde trasladar la
morada al bosque, al lago de las ensoñaciones.
La ensoñación como si fuera una especie de embriaguez se nos presenta en el estadio del duermevela cuando nos hallamos en la paz del reposo, de la armonía con sabor a infinito. La ensoñación es un estadio del alma, en el que nos hallamos, pero parece como si no nos halláramos.
Bueno,
ahora me siento un poco cansado, en la próxima carta le puedo explicar un
poco más para que me entienda.
Por
ahora debo retirarme, porque hago parte del equipo de fútbol de la unidad
psiquiátrica del purgatorio, nuestro onceno está conformado por jugadores
aficionados y a las siete de la noche tenemos la final del campeonato con los
profesionales del infierno y desde el Deportivo Futbol Club Colombia, nos han
informado que han realizado la transferencia de varios delanteros que se formaron
en la Escuela de Fútbol de los Paramilitares, mejor dicho, después le sigo
explicando.
Atentamente,
Federico Nietzche.
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