Memoria de los instantes sin muerte

    
Durante algunos años Antonio Santamaría El Quijote desfiló en paseíllos en los festejos patronales de Silvia, Caldono, Ambato, Mosquera, San Pablo, en otros pueblos de Nariño y el Ecuador, en tantos pueblos y placitas de toros, cuyos nombres no recuerdo. 

En aquellos años cuando trajinó por ruedos de postín y de poca solera, como en unas trece o quince faenas le eché vistazos desde el burladero de periodistas. Todavía lo recuerdo, acaecieron varias tardes de domingos: unas de vueltas al ruedo y salidas en hombros, otras de petardos, en las que mordiendo la arenisca se encontró de frente con la muerte cercana que lo saludó a centímetros de distancia, y siguió de largo.

Para esas citas domingueras con la muerte cercana, se engalanaba, unas veces, vestido de traje corto sevillano, otras, en traje de luces esmeralda y oro viejo, y era tremendo fijarle miradas en el ruedo, pues con duende la esperaba de rodillas, echando cojones, con el capote desplegado, frente a la puerta de los sustos; la esperaba con los pies juntillas, soldados en la arena junto a las tablas; la citaba y desafiaba de largo, cargando la suerte ante la embestida, en el centro del ruedo, en los medios, en cualquier sitio del redondel, en sus dominios, menos frente a la puerta de toriles. 

De manera exacta recuerdo que se me esponjaban los pelos de la nuca cuando sin pestañear lo contemplaba con esa plástica torera que transcurría en segundos, la cual se creaba y borraba en instantes de la gracia perfecta, cuando avivando los instantes sin muerte, la embestida de cuernos hambrientos, con pasmosa lentitud y entregada repetición de naturales, molinetes, la ligaba en sinfonías inconclusas de derechazos, con esa danza elástica de brazos y quiebres exactos de cintura, y muñecas. Al llegar la noche embrujada, unas, entre palmoteos y palmoteos, salida triunfante en hombros de aficionados, gavillas de claveles zanahorias, botas de manzanilla, sombreros y cachuchas de colores diversos que llovían de los tendidos de la plaza, otras, entre broncas y silencios, le decía: “hasta pronto”, y la veía pasar de largo cuando le miraba de cerquita con sus cuernos hambrientos.

germanpabongomez
Popayán, septiembre de 2014
El Portal de Shamballa. 

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