Carlo Malozzo, bloguero invitado.-
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La Pantalla de Carlo Malozzo
http://carlomalosso.blogspot.com/
En esta Pantalla, además, aparecen Karlo Zavrosso,Charlie Phantomas,Karlo Passionatto,Karlo Duthozzo y Karlynski Musikovsky.
La Pantalla de Carlo Malozzo
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miércoles, 27 de agosto de 2014
UN PLACER POCO FRECUENTE
Seis quince de la mañana, me bajo de la
buseta y camino a paso ligero hacia la “línea” que esta estacionada justo
después de la venta donde uno para a comer “pandebono” cuando se
hace el viaje Popayán Cali o Cali Popayán, en carro particular...
me acerco al primer parroquiano que está junto al vehículo y le pregunto si es la “línea” que va al pueblo al que me dirijo, responde que sí y yo le caigo con la siguiente pregunta, a qué hora sale, a la seis y cuarenta y cinco responde, le agradezco y pienso, tengo media hora para tomarme un café y quitarme ese sueño de trasnochado que llevo...
pues me había
desvelado la noche anterior en la fiesta de grado de mi querida amiga la
buenota de Margaret, y no obstante que sólo permanecí en la fiesta hasta la una
de la madrugada, previendo el viaje que me esperaba, fue
tiempo suficiente para chuparme una media de aguardiente que me mandó a dormir
en estado de semi-embriaguez, pero eso si con dos números de celulares, de dos
hermosas mujeres que interesadas en departir más en un futuro cercano
consintieron en anotármelos en mi equipo, testigos de lo cual son mis ojos que
no ven nada sin las gafas que no lleve a la fiesta...
llegué a la una y
media a mi casa y haciendo de tripas dedos, puse el despertador a las cuatro de
la mañana, puntualísimo el hijueputa, a las cuatro ténga ese ruido tan verraco,
en todo caso me hice el güevon, pero nada, repitió y repitió y yo qué carajo a
levantarme...
no recuerdo más hasta
que salí de la ducha, café para despertar y tiempo suficiente para vestirme y
salir pitando al terminal; por si acaso me fueran a hacer el paseo millonario
no cogí taxi sino a patingas hacia el barrio Bolívar, arribé al terminal donde
me esperaba la primera buseta del día a Cali, y así sin más llegue a la seis
quince...
crucé la carretera a
tomar café con buñuelos en la panadería que queda a dos calles cruzando la
carretera, no obstante que al pie de la línea vendían unas arepas que se veían
buenísimas, pero filimisco yo, panadería, donde efectivamente tomé café y
buñuelos, pagué la cuenta a tiempo, y a la línea, ahhhhh, cuando llegó a la
“línea”, hasta las tetas como se dice...
me quedé sin puesto y
la siguiente “línea” una hora más tarde; no puedo esperar, pensé, porque no
llegaría a tiempo, entonces pues, a la parrilla de madera atrás, de pie y a
cuenta y riesgo la seguridad a cargo de pies y manos enguayabados...
arrancó el vehículo y
yo sigo los pasos de los demás retrasados y pegué el salto a la parrilla, adiós
guayabo y a agarrarme bien porque la carretera está tan mal que el viaje parece
una vuelta en la montaña rusa; pues qué hacer pensé con positivismo, a
disfrutar del paisaje, los aromas y fragancias del campo, olor a pasto, a
flores silvestres, caca de caballo y ubre de vaca recién ordeñada, humo de leña
y carbón de las casas campesinas mezclado con olor a arepas a medio hacer para
el desayuno de sus moradores...
qué romántico carajo,
pero qué va, no bien me había acomodado en mi puesto cuando aparecieron frente
a mis narices un par de pies totalmente desconocidos, no se veía por ninguna
parte a su propietario que seguro estaba sentado encima de la carga que de
corriente llevan las “líneas” en su parrilla superior; yo al menos, no lo veía
por ninguna parte porque desde el lugar donde habían quedado mirando mis ojos
no veía más que dos barras de hierro de las que iba sujeto con desesperación...
!ahhh! pero eso sí su
propietario seguro que sabia donde estaban incluso si estuvieran a kilómetros
de distancia del resto de su corpachón, porque se distinguían por su invasiva,
trepadora y requesonada pecueca, 24 quilates de pureza, la más notoria
y olorosa que he olido hasta la fecha, incluso le podía hacer sombra a
cualquiera que hubiese podido oler en los sitios más distinguidos en
exponentes, por ejemplo en Europa...
mierda mi nariz se
atascó inmediatamente con semejante olor y yo con esa sensibilidad de
enguayabado que llevaba, nooooooo, sentía mareo, pánico, dolor de ojos y oídos,
para peor, no podía taparme la nariz porque para eso me vería obligado a usar
una de mis manos que estaban ocupadas en brindarme la mínima seguridad para no salir
volando ladera abajo en una de las sacudidas recurrentes que nos regalaba la
accidentada y estrechada vía...
yo miraba hacia los
lados intentando guiar mis atascadas fosas nasales en busca de aires más puros,
pero nada, miraba a un lado y sólo conseguía mirar a un pasajero joven que
viajaba sujeto con una sola mano y una despreocupación desconsoladora por la
pecueca, la seguridad o cualquier otra cosa, miraba al otro lado, a mi
derecha y de evitar el asqueroso olor tampoco, pero eso sí, recibía una mirada
de espanto de una indiecita que iba aterrorizada por mi presencia, al parecer,
pues cada vez que la buseta la jalonaba hacia mi lado ella se asustaba más e
intentaba recuperar la distancia conmigo a la velocidad de un rayo...
desde la parrilla,
donde nos hacia fiel compañía a los retrasados, ¡páre! indicó el ayudante, con
un silbido, seguro pactado con el chofer de antemano o por la costumbre;
resoplido de aire de frenos, frenazo que me puso directamente mis atascadas
narices en las barras en las que me sujetaba, salta el ayudante a tierra y no,
nooo se lo puedo llevar, le decía a un pasajero que esperaba al pie de la
trocha; porque esto por donde transitamos no llegaba a carretera; no vé,
continuó, donde meto a los pasajeros, le decía indicando a quienes íbamos en la
parrilla, sí, sí , mire póngamoslas aquí y tenga un aparato de soldadura y su
caja de herramientas, descansaron sobre mis dos callos preferidos porque son a
los que más cuido...
putaa, ya llevaba
vuelta mierda las narices por la pecueca, las manos engarrotadas por la fuerza
que hacían para no soltarme y el frío de las barras de hierro de las que
prendían, sin contar con los ojos que para completar tenían la máxima expresión
de alergia por el polvo que levantaba la línea al desplazarse, y ahora esto…
el buen hombre empujo la máquina delante
de mis pies obligándome a sacarlos y dejarlos apenas apoyados al borde de la
parrilla; ya qué, ni que paisaje ni qué aromas y ni qué perfumes silvestres, a
la mierda todo, bueno no todo porque dos kilómetros adelante, silbido, resople
de aire de frenos, narices otra vez contra las barras y más pasajeros, una
señora gorda con camiseta sin mangas y su pequeña hija; para hacerse espacio en
la parrilla...
la gorda empujó a la
indiecita asustada que estaba a mi costado y la mandó justo delante de mí,
entre las barras, la caja de soldadura y mis pies que rozaban el vacío, pobre,
ya no se atrevió ni siquiera a mirarme, se arrinconó lo más que pudo contra las
barras intentando evitar las inevitables refriegas conmigo...
la gorda metió a su
hija delante de ella y levantó sus gordos brazos para agarrarse a las barras, y
adivinen, la misma versión de la pecueca, pero en chucha ahhhhhhhh, me acotó el
aire de ese costado y aturdido ya no sabía en qué concentrarme, si en no
soltarme de las barras, evitar perder la última rendija de la parrilla para mis
pies, no restregar a la indiecita u oler para el único lugar libre de aromas, el lado izquierdo donde el mecánico de soldadura puso unas varillas largas de hierro que llevaba seguro, para alguna reparación en el pueblo al
que nos dirigíamos...
y claro, no podían
faltar las putas varillas amenazándome con darme en la cabeza, cada vez que la
línea daba un tumbo, que por supuesto era una vez sí y otra vez también;
yo pensé de ésta no paso o muero asfixiado por los olores corporales en su
máxima expresión, salgo volando al precipicio si pierdo el ultimo recodo de
parrilla por efecto de los sacudones o como consecuencia del codazo en los
cojones que al fin me iba a dar la indiecita cansada de la rozadera, (cosa que
yo intentaba, sin éxito, evitar a toda costa, pero que inevitablemente sucedía a
cada sacudón del vehículo), o como mínimo del varillazo tan hijueputa en la
cabeza si al soldador se le ocurría soltarlas en medio de uno de los
sacudones...
por supuesto, el
guayabo por instinto de conservación se había largado a guarecerse de tanto
peligro a otro cosmos; silbido otra vez, resople de aire de frenos y grito,
tiene pinchada la delantera derecha y el chofer, pregunta, no aguanta pa
llegar? y el ayudante noooooooooooooo, échele aire a ver, le dice el chofer, el
ayudante bien mandado abrrió el capó y sale de entre el motor, como por obra de
Harry Poter una manguera...
el ayudante le da
aire a la rueda hasta recuperarla, la manguera desaparece de la misma forma
como apareció y otra vez, sacudones y sacudones, hasta que llegamos después de
una hora de trastornos, no sin antes haber retrocedido dos o tres veces para dar
paso a un carro que venía en sentido contrario, porque la vía sólo puede
albergar a un vehículo al tiempo y para cruzarse se tiene que buscar el más
mínimo espacio de mayor anchura...
salté a tierra
adolorido y cansado, le pasé los tres mil pesos al ayudante como precio por la
tortura de viaje y me encaminé hacia el lugar donde ya me deberían estar
esperando mis estudiantes; a cincuenta metros me saludan tres de mis alumnas
con tres grandes sonrisas en los ojos, todo mi cansancio se ha disipado por
efectos de la alegría del saludo y pienso de verdad que esto es una aventura
que al final se convierte en el placer poco frecuenten, al ver jóvenes
campesinos e indígenas interesados en aprender algo más...
a las ocho en punto
de la mañana, más rucio que un sobreviviente de terremoto, por efecto del polvo
de la vía, empiezo mi clase que dura hasta las cinco de la tarde, hora de
retomar la aventura de volver a casa; eso sí con el propósito de nunca más iré
a tomar café a la panadería y en cambio si embutirme las arepas de la carreta y tomarme su aguado café de termo, antes que perder mi puesto en una de las
largas bancas de la línea.
Esto lo escribo para
contarme a mí mismo la experiencia y si a caso, dejar constancia de que lo he vivido y lo recuerdo, no tiene pretensión alguna de
más.
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