Los Otros, capítulo tres y cinco

 

Los Otros

Tres


 Hacía un cuarto de siglo, que el maestro dormía, en las noches, en una buhardilla, y hacía varios años que martillaba el mazo en el yunque, amasaba la arcilla, soltaba recitaciones en solitario, y de un momento para otro se ponía a charlar con Jonás, con Herminia, con Victoriano, y a echar soliloquios con Sacha.

 

En la buhardilla se veía un camastro langaruto, hecho en troncos de guadua, parecido a esos catres en los que duermen los monjes agustinos, además, se veía una mesita de noche redonda, y un taburete, de metro y medio de largo, tapizado en el asiento con tela cruda de costal. Encima de la mesita se hallaba un transistor Sony, de doce bandas, y un candelabro judío, de cobre, de siete brazos, con un pucho de vela, anaranjada, en el centro, que el maestro encendía en las noches, y le acompañaba con el calorcito de la llama apacible.

 

Las paredes de la buhardilla, de arriba abajo, se veían forradas con papeles de colgadura, imitaciones de estuco veneciano, de unos preciosos colores mandarina canarios. Arrimados a la pared, del lado izquierdo, se levantaban cinco tablas, soportadas en el medio y esquinas, con ladrillos corrugados a la vista. Esparcidos en los tablones, exhalaban los últimos suspiros: treinta gacetas con jurisprudencias, códigos penales sin vigencia, y agonizaban ocho carpetas gordas, de cartón manila, con sus mejores alegatos como defensor ante los jurados de conciencia.

 

Además, envejecía una maquinita Olivetti, oxidada, sin teclas de las vocales, y veinticuatro expedientes barrigones, atados con cabuyas, con las carátulas, demasiado enmohecidas. Esos expedientes, trataban de los delitos de concierto para delinquir, peculados y celebración indebida de contratos que sirvieron para condenar a veinticuatro años de prisión a Ismael Carmelo Monjas, el Alcalde de Bogotá. 


En esos expedientes se ocupó el maestro, veinte años atrás, en mil novecientos noventa y uno, cuando trabajó, año y medio, como Magistrado auxiliar de Babilonia Korrales, esa Magistrada de la Sala penal de la Corte Suprema de Justicia, a quien apodaban La Pastora, porque, siempre abría la Biblia, leía el Salmo 49: 3-13, y oraba para pedir sabiduría, antes de oír a alguien en indagatoria. En aquel destiempo turbio, según contaba el maestro, Lauro Alfonso Rucio, el marido de Babilonia, exigía miles de millones a los concejales y contratistas que asaltaron la Alcaldía de Bogotá, a cambio de sepultarles expedientes, a cambio de interceder ante Babilonia Korrales, para que les absolviera en sentencias de casación penal, o les rebajara las condenas de prisión. 


                                                  Cinco


Tan pronto, el maestro salía de la buhardilla, bajaba por unas escaleras de caracol, sin barandas, abría el portalón de entrada a la casona natal de la hacienda, recorría un sendero tapizado de adoquines que comunicaba la casona con un establo, en donde rumiaban treinta y cinco vacas holstein con sus terneros mamones; recorría veinte metros y se dirigía a la enramada, al lado del fogón de leña, en donde desayunaba con tamales de pipiám, café cargadito, recién colado, endulzado con panela molida, y con arepas de choclo asadas, en el fogón de leña.

 

Las jornadas, con reincidencia, le transcurrían entre la buhardilla y un cuadrado que en el centro hospedaba un círculo de cristales —citrinos, turquesas, corindones, amatistas, y hermosas piedrecitas nacaradas de diferentes tamaños, pulidas por la corriente— que aparejó a la orilla de un brazo del río Cauca; le transcurrían entre el taller de fragua y esculturas y el río manso que cantaba arrebatado y suave, noche y día, en donde el agua le sonreía y batía la cola; se le escapaban entre el cuarto de estudio, entre el taller de esculturas y la buhardilla.

 

En el cuarto de estudio modelaba con plastilina los sueños de herrero, dibujaba bocetos para tallas en madera, esculturas en cobre, en hojalata, en hierro colado. Con intervalo de ocho días, escribía apuntes de sueños aplazados.

 

En unos cuadernos de cien hojas, escribía memorias de la compraventa de sombras, rebajas de penas y absoluciones que descubrió en la Corte Suprema de Justicia, en la oficina de la Magistrada Babilonia Korrales, y además, escribía memorias de Ismael Carmelo Monjas, de los contratistas y de Los Otros que asaltaron la Alcaldía de Bogotá.

 

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