Encuentro con Edgar Alan Poe



Una noche, de un jueves de octubre, de un año que no recuerdo, cuando salí de clases en la Facultad de Humanidades, allá en la Universidad Central, tras varias horas de escuchar las palabras tocadas por el duende del Maestro Isaías Peña Gutiérrez, mi profesor de “Poéticas de la creación” –primera vez que lo escuchaba-, me dirigí hacia la cafetería de la esquina, donde Doña Juana. Esa noche, apetecía tomarme un café caliente, endulzado con panela, hirviendo, y pasarlo con buñuelos. 

Me hallaba solitario, sentado, en una mesa y se me ocurrió pensar ¿Qué tal que Edgar Alan Poe hospedara ganas de tomarse un capuchino, y se sentara en la mesa del lado, como para aprovechar y formularle unas tres o cuatro preguntas?

Ocurrió que de manera inesperada se acercó un hombre sin apellidos, parecía un octogenario, más rancio que sus años, quien caminaba penosamente, fatigado, el mentón hundido en los harapos y las manos untadas de derrota. 

Su rostro se veía cubierto por la melancolía, los parpados, caídos, hundidos en las ojeras, con los ojos del errabundo que camina calavera por los acantilados del exilio forzado, quien con una voz invisible me dijo:

-Patroncito regáleme unos dos mil pesitos para espantar el hambre de la semana pasada.

-Hagamos un trato –le respondí.

-¡No hago tratos con desconocidos –replicó el anciano.

-Sólo un par de preguntas. Y luego continúa... continúa su caminata.

-Está bien, eche la primera porque estoy de velocidad. Pero si son varias, hasta de pronto pronto me regala una sopita.

Como se halla de velocidad. Aquí va la primera. ¿Si algún día se le antojara escribir la historia de sus callejones y madrigueras en las que se le ha fugado la vida al lado de estos gozques callejeros que lo acompañan. ¿Cuáles pasajes escogería para relatarlos?

-Qué cosas sele ocurren patroncito-contestó al tiempo que subía y bajaba los hombros a la altura de las orejas, como si la pregunta no tuviera ninguna importancia-. 

-Bueno paempezar… como deloque alalarga se trata es de soplar lo quenos patea a los bisnietos de la miseria, de primerazo le podría decir quele sacaría el fundillo a tarjetiar nuestros aullidos cuando escarbamos las migajas de la noche, pues de nada vale vomitar en unas papeletas lo que los ojeras de ustedes visajean a toda hora sin importarles ni mierda.

-¿Entonces como lo haría? ¿Cómo fue que dijo que se llamaba?

-Lo de la chapa y apellido es lo de menos. ¡Ah! Pero como paque nos sintonicemos. No me llamés Juancho, Pedro, Roberto ni Carloncho. Podés boletiarme como Serafín, Valeriano, Gaspar, Florentino o con la chapa que se te dé la gana, pero que no sea tan Juancho ni familia de los Juanchos de siempre, y eso sí, con un nombre que le grazne a los oídos del lector como si fuera una guacharaca.

-¿Sabe algo?

-¿Qué le pasa?

-Es que no entendí lo primero.

-A ver, a ver. Se la voy a voltiar paque la pille de una. Si de pronto puaí me jalo una fotografía, digamos la de un chiquillo escarbando la nocturna entre basureros, y, se la entrego paque la dibuje revacana ¿qué haría sumercé? ¿La dibujaría tal cual apiñandole otros colorines unos más chorriaos y otros más suavenas? 

-Si ello ocurre así, sus brochazos no serían una pintura creativa, sino una copialina. En cambio si los pinta y supera y realiza un patarribeo y transforma hasta convertirla en un nuevo cacharro, qué se yo, si me entiende… pues la vaina…

-Pero continúe… Don Valeriano. ¿Le parece bien así?

-Choque las cinco. Al igual que la chapa y apellidos, intentaría ser el último modelo que se me diera la gana y me jalaría unas retahílas de las que se palabrean puaí debajo de los puentes, pero, eso sí, de las que nunca antes se han relatado, pero si de pronto las han contado, las soplaría de manera diferente, poniendo a prueba la zurrona, como le dijera, con la loquera sin frenos, con nuevos juguetes, que se pillara siempre en movimiento como si fuera una cámara escondida, que no tomara fotografías paletas ni en blanco y negro, sino que captara los danzones en plena rumba, los cabeceos y calenturas del personaje, pero le insisto, patroncito, le insisto, poniéndole vida a nuestros colchones hechos tirones, a nuestra comida sacada de basureros, buscando unas carambolas que fueran agarradoras como una garrapata rascando en sus orejas, y además, provocadoras, con bailoteos pero jamás irreales, sino creíbles, mejor dicho, que se parezcan a toda esta mierda que desfila ante sus cachetes.

-Y para contar, por ejemplo, la historia de una noche en la Calle del cartucho ¿cómo haría?

-Pues más sencillo tuavía. Como se trata de una retahíla, no soplaría el carretazo de un solo chorrado, sino despacito como alargando una melchocha, a pedacitos, entre más pequeñitos mejor, como vacilando, que apenas se noten, pero entrecruzaos, de tal manera que generen ansiedad o excitación en el lector pa que se sienta, algo así, como agarrado con ganas de seguir leyendo, y a veces confundido, como que adivina pero no adivina, porque a ese mancebo hay que dejarle corredizos paque en su cabezona le broten antojeras de imaginarse lo que se le dé la gana o construya su películona, y que al final de la lectura se sienta sacudido con ganas de rascarse los piojos y hasta de pronto aúlle: este nosequién que escribió esta mierda posee una loquera que sólo a él se le ha chorriado en la zurrona, pero que de igual se le habría podido ocurrir a cualquiera pero no sólo a los de puacá, sino a los de las extranjas, hasta en los puallá, en la puta mierda.

-O sea, Valeriano, que no contaría una historia de la Calle del cartucho, sólo para que la entiendan los bogotanos, vallunos, pastusos, los costeños o los antioqueños.

-No que vaaa, ni mierda. Fíjate esto: los pastusos ya tienen suficiente con sus cuyes y volcán Galeras, los costeños con su arepa de guevo, festival vallenato, carnaval de Barranquilla y su garcíamárquez, los vallunos ya tienen suficiente con su deportivo Cali, masato y manjar blanco, y los antioqueños con su bandeja paisa y cazuela de fríjoles. 

-Loque le quiero decir patroncito, paque me entienda esque escribiría sacándole el fundillo a escribir desde la esquina del barrio pues eso sería una retahíla paser contada en la parroquia o salón comunal de un barrio cualquiera y sólo puacá en estos callejones entenderían dequé se trata. 

-Por el contrario escribiría una carreta con un tema de puacá, pero que me lo entendieran los de puallá en Santiago de Compostela, los de puallá en la Patagonia y los del otro lado del charco y hasta vacano que algún desocupado le diera por traducirlo al francés, italiano, sánscrito o hasta en arameo.

-Y ¿como haría para que la gente se rascara la cabeza, o como decía para que se sacuda el saco y hasta las pulgas?.

-Ya se lo he dicho, y le repito, contando unas cosas por encima, de manera reposada, no tan reforzadas, que no se sientan como llegadas en paracaídas ni metidas en un apretadero, pero eso sí, regaditas puaí como sembrando trigo al menudeo, esparcidas en los intermedios de esa carreta, regando unos daticos sueltos pero amarrados como si fueran un arroyuelo subterráneo que quisiera salir a la superficie pero que sale y no sale, y sólo aparece al final de la historia o incluso mejor si no sale. 

-Puede ser un relato corto, claro, no tan corto, ni tan cortitico, pero que sea puñetazo directo a la mandíbula, de gratas recordaciones, y para dejar memoria en las historias se debe hacer uso de las repetideras.

-O sea que…

-Vea patroncito... Tengo hambre y tengo frió como de cinco inviernos abrazados. Y me largo de aquí, porque aquí no dan ni mierda. Mejor dicho para terminar con toda esta carreta. Haga de cuenta que usted tiene la idea de una obra de arte o de una pintura, pero usted no le cuenta al lector de un sopetazo de qué se trata esa pinturona, sino que le pone unos alargues combinaos y en medio de los alargues va metiendo pedacitos dese rompecabezas, los que en el tema que a usted le interesa se llaman incidentes, y en la historietas de matones se llaman indicios de modo, de tiempo, de lugar, indicios morales, indicios materiales o indicios de lo que se le dé la puta gana, pero que entrecruzaos formen como una ruana en lana cruda, bien tejida de esas que tejen en Villa de Leyva.

-¡Waooo! y ahora dígame ¿cómo es que Usted sabe todas esas cosas? –le pregunté.

-Pues patroncito, Usted me preguntó por mi nombre, pero no me preguntó quién era, ni de dónde venía nipa dónde iba, ni dónde había nacido, si había estudiado o no, si tenía hermanos o amigos, si era vicioso o zanahorio, y todas esas cosas también las debe tener en cuenta, pues fíjese Usted, que en la Calle del cartucho, no sólo vivimos nietos de la tragedia, desheredados de la tierra, sino además, otros que necesitamos nos saquen del infierno.

-Y, Usted quién es?

A ver, a ver. Si sumercé desea conocer saber quién soy yo. No se lo voy a descubrir porque eso, eso, no le sirve panada. Imagínese que soy ingeniero físico, astronauta, neurobiólogo, mariguanero o un político degenerado que un día me convertí en estafador o chanchullero... mejor dicho, imagínese lo que se le dé la puta gana, pero que sea creíble y lo cuenta no de manera usual, empleando lugares comunes ni frases hechas, porque los lugares comunes en eso que usted llama literatura de la buena no dicen nada de nada, sino las mismas palabrejas de siempre.

-¡Oiga! ¡Oiga!, espere, espere, venga y nos echamos un corrientazo…

-Mejor dicho luego parlotiamos. ¡Chao!

germanpabongomez
Popayán, octubre de 2014
El Portal de Shamballa.



  





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