Sacha, la Golden Retriver


Cuando Sacha dormía en las noches enmudecidas, se echaba de medio lado en el piso de la buhardilla, con las patas encogidas en un tapete de fique, pero cuando el frío era de ocho grados, se trepaba y encogía a los pies del camastro en el que dormía el maestro; así dormían y se arrunchaban pegaditos.

Sacha, la golden retriver de un dorado moreno, color panela, era su compañera de correrías, le seguía el rastro a donde saliera, a caminar en las noches, de madrugada, a cualquier hora, sin detener los vagabundeos. 

Cuando salían de correría, armaban el fiambre con cinco o siete tamales de pipiam y bolsitas de carantantas, y cuando no llevaban tamales ni carantantas, enmochilaban barras de pambazo hechas en el horno de leña, untadas de caramelo de guayaba espesa, con tajadas de queso campesino, en el medio. 

El maestro y Sacha caminaban cuatro, cinco y hasta ocho horas, sin tregua, quizás en persecución de nada, por unas trochas demasiado dilatadas, iluminadas por la luna que se hallara de turno; caminaban a través de sábados, miércoles y domingos, por unas trochas que no los conducían a ninguna parte, a ningún encuentro, a ninguna espera, quizás tan sólo hacia el interior y exterior de ellos mismos, y juntos habían aprendido a perder el rumbo entre las tinieblas y también a encontrarlo.

El maestro y Sacha no encontraban respuestas acerca del porqué desfilaban horas de corrido ahondados en el bosque, el cual, hasta donde recuerdo, se extendía como unos tres kilómetros y medio, bordeando parte de los linderos de la hacienda, y cuando se sentaban a descansar, por ahí en un claro del bosque, bajo los ramales de un arbusto frondoso, a espantar el almuerzo atrasado, el maestro no cesaba de echar lenguas con Sacha. 

Cuando el maestro se destapaba con monólogos, Sacha ondeaba el rabo esponjado, subía, bajaba las orejas, las movía a izquierda, a derecha, aflojaba lengüetazos que untaban de espumarajos la cumbamba del maestro, y le contestaba con aullidos de tonos diferentes: unos suaves, otros graves, ascendentes, descendentes, sostenidos, como los de una loba en una noche de luna llorona; eran unos aullidos, en los cuales el maestro identificaba de manera exacta las respuestas. Acontecía en demasía curioso observarlos, pues a través de miradas, brincos, meneos del rabo, aleteo de orejas, aullidos de tonos diferentes, monólogos en regaderas, y hasta del silencio duradero, cuando se miraban frente a hocico, se entendían y echaban lenguas por ratos.


germanpabongomez
Popayán, octubre de 2014
El Portal de Shamballa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Inferencia Razonable de Autoría o Participación del Delito investigado.- Marco conceptual

La Atipicidad Objetiva o Atipicidad Subjetiva, como causal de Preclusión debe ser absoluta

Nulidad por deficiencia en hechos jurídicamente relevantes en la formulación de imputación. El Juez de conocimiento debe pronunciarse sin esperar el traslado a las observaciones sobre el escrito de acusación